Introducción
LA PLAGA.
No es solamente un relato de antaño corregido, como fue el caso de "Vidas" en la edición pasada de "Mundolavapiés". He mantenido el título y la idea, incluso algún párrafo... pero he rehecho un texto que más que un relato era una reflexión demasiado personal.
Ahora es un relato, creo.
En fin, en cualquier caso ahí va.
LA PLAGA.
El día en que Ana descubrió que en su cuarto de baño había una plaga de hormigas se dio cuenta de que todo a su alrededor se había convertido en mierda.
Se quedó paralizada, observando el movimiento febril de la plaga trabajadora que abastecía su nido con los desperdicios invisibles que había ido dejando su vida en común con Fidel. Ana no podía apartar su mirada de las hormigas, ni apenas parpadear, porque fue ese descubrimiento y no otra cosa lo que hizo que se le cayera la venda de los ojos y se diera cuenta de que todo a su alrededor se estaba pudriendo, y la rutina casi había conseguido que ella se volviera ciega y no fuera capaz de verlo.
Pensó que parecía que cada hormiga se movía por azar, exactamente igual que ella se dejaba llevar por la corriente, ahora hacia aquí, luego hacia allá, sin ninguna intención y en pleno caos del movimiento similar de todos sus semejantes… - mientras te desplazas frenéticamente evitas pensar con claridad – fue lo que acudió a su cerebro en ese momento.
Pero ahora la visión del batallón de hormigas la había paralizado en mitad del baño, y no podía dejar de darle vueltas a todo.
Cuando apareció la plaga ella estaba sola en casa, él estaba de viaje. En teoría tenía tiempo para pensar, tiempo anhelado tantas veces y que en sus escasos momentos ya no sabía aprovechar como antes. Tenía la sensación de que debía retroceder mucho tiempo atrás para comenzar a comprender, a comprenderse...y ya no sabía dónde retomar el hilo. Entonces, para evitar tener que vérselas consigo misma dedicó la mañana a ordenar con compulsión el armario ropero y todo fue bien hasta que necesitó ir al baño.
Y al quedarse quieta observando la plaga que se extendía entre las baldosas azules, llegaron las certezas.
Certeza de que él no la quería o, mejor dicho, no la amaba. Certeza de que se había amansado con los años de convivencia y se había vuelto blanda, cómoda y fácil. Insustancial. La pieza perfecta que evitaba que Fidel conociera el significado de la palabra “soledad”. La persona que hacía ruido a su lado y nada más.
Observó a una hormiga que se separaba del grupo y se dirigía al lavamanos, y pensó en que quizá ella misma tampoco se había parado a pensar tampoco sobre el significado de tan tremenda palabra… estaba sola en ese momento, pensó, pero estaría tanto más sola si Fidel no se hubiera ido a Lisboa el fin de semana a una reunión de negocios. Se sentiría más desamparada si él estuviera tirado en el sofá vagando por canales televisivos mientras ella pisoteaba o fumigaba la recién descubierta plaga de hormigas, sin más preocupación y sin más reflexión.
Certeza de que era un premio de consolación para Fidel y, lo que es peor… certeza de que él era lo mismo para ella.
Certeza de que hubo un tiempo en que le gustaba vivir metida en su piel, y confusión al darse cuenta de que ya ni siquiera reconocía el reflejo que le devolvía el espejo al haberse quedado petrificada ante él, según descubrió la plaga .
Certeza de que Fidel posiblemente sí estaba en Lisboa, pero sin lugar a dudas y como tantas otras veces, no por negocios. Y mientras un batallón de hormigas se abrían paso hacia la puerta, seguramente con el firme propósito de avanzar posiciones hacia la cocina… Ana sonrió al pensar lo irónico y poco apropiado que sería que a Fidel se le cayera un día de pronto la “d” de su nombre.
Y al intuir de reojo su sonrisa reflejada en el espejo, como único movimiento en quién sabe cuántos minutos que llevaba ahí clavada, de pie en mitad del baño…
Se echó a llorar.
Y a reír también, contenta de haber despertado.
Y al escaso aunque tremendo movimiento necesario que supone la sonrisa, y el llanto, le siguió el de ponerse el abrigo, colgarse el bolso, decirle adiós a las hormigas al pasar por delante del baño de camino a la puerta y salir de allí sin llaves ya que nunca, jamás, las iba a volver a usar.
Se quedó paralizada, observando el movimiento febril de la plaga trabajadora que abastecía su nido con los desperdicios invisibles que había ido dejando su vida en común con Fidel. Ana no podía apartar su mirada de las hormigas, ni apenas parpadear, porque fue ese descubrimiento y no otra cosa lo que hizo que se le cayera la venda de los ojos y se diera cuenta de que todo a su alrededor se estaba pudriendo, y la rutina casi había conseguido que ella se volviera ciega y no fuera capaz de verlo.
Pensó que parecía que cada hormiga se movía por azar, exactamente igual que ella se dejaba llevar por la corriente, ahora hacia aquí, luego hacia allá, sin ninguna intención y en pleno caos del movimiento similar de todos sus semejantes… - mientras te desplazas frenéticamente evitas pensar con claridad – fue lo que acudió a su cerebro en ese momento.
Pero ahora la visión del batallón de hormigas la había paralizado en mitad del baño, y no podía dejar de darle vueltas a todo.
Cuando apareció la plaga ella estaba sola en casa, él estaba de viaje. En teoría tenía tiempo para pensar, tiempo anhelado tantas veces y que en sus escasos momentos ya no sabía aprovechar como antes. Tenía la sensación de que debía retroceder mucho tiempo atrás para comenzar a comprender, a comprenderse...y ya no sabía dónde retomar el hilo. Entonces, para evitar tener que vérselas consigo misma dedicó la mañana a ordenar con compulsión el armario ropero y todo fue bien hasta que necesitó ir al baño.
Y al quedarse quieta observando la plaga que se extendía entre las baldosas azules, llegaron las certezas.
Certeza de que él no la quería o, mejor dicho, no la amaba. Certeza de que se había amansado con los años de convivencia y se había vuelto blanda, cómoda y fácil. Insustancial. La pieza perfecta que evitaba que Fidel conociera el significado de la palabra “soledad”. La persona que hacía ruido a su lado y nada más.
Observó a una hormiga que se separaba del grupo y se dirigía al lavamanos, y pensó en que quizá ella misma tampoco se había parado a pensar tampoco sobre el significado de tan tremenda palabra… estaba sola en ese momento, pensó, pero estaría tanto más sola si Fidel no se hubiera ido a Lisboa el fin de semana a una reunión de negocios. Se sentiría más desamparada si él estuviera tirado en el sofá vagando por canales televisivos mientras ella pisoteaba o fumigaba la recién descubierta plaga de hormigas, sin más preocupación y sin más reflexión.
Certeza de que era un premio de consolación para Fidel y, lo que es peor… certeza de que él era lo mismo para ella.
Certeza de que hubo un tiempo en que le gustaba vivir metida en su piel, y confusión al darse cuenta de que ya ni siquiera reconocía el reflejo que le devolvía el espejo al haberse quedado petrificada ante él, según descubrió la plaga .
Certeza de que Fidel posiblemente sí estaba en Lisboa, pero sin lugar a dudas y como tantas otras veces, no por negocios. Y mientras un batallón de hormigas se abrían paso hacia la puerta, seguramente con el firme propósito de avanzar posiciones hacia la cocina… Ana sonrió al pensar lo irónico y poco apropiado que sería que a Fidel se le cayera un día de pronto la “d” de su nombre.
Y al intuir de reojo su sonrisa reflejada en el espejo, como único movimiento en quién sabe cuántos minutos que llevaba ahí clavada, de pie en mitad del baño…
Se echó a llorar.
Y a reír también, contenta de haber despertado.
Y al escaso aunque tremendo movimiento necesario que supone la sonrisa, y el llanto, le siguió el de ponerse el abrigo, colgarse el bolso, decirle adiós a las hormigas al pasar por delante del baño de camino a la puerta y salir de allí sin llaves ya que nunca, jamás, las iba a volver a usar.
1 amiguetes que comentan.:
y mira que este relato me suena.... :)
ay que tiempos aquellos ;)
Publicar un comentario