20090604

Mermelada de frambuesa

with 2 amiguetes que comentan.
. Ella ha comprado de todo: huevos por si los hace rellenos, patatas, por si decide freírlas y gratinarlas con bechamel y queso, aguacate, tomate, cebolla – ajos ya tenía – por si opta por hacer guacamole o una ensalada curiosa. Ha comprado seis entrecot por si finalmente serán cuatro a cenar, y es que Fidel le ha dicho que quizá llegue con dos amigos a los que les apetecía invitar a su cumpleaños. Pero no le ha dicho quiénes. ¿Hilario y Rosa? ¿Lola y Joan? ¿Toni y Jaime? No sabe quién será la pareja invitada o siquiera si será una pareja. Le volvió a llamar para preguntarle pero Fidel entraba en una reunión y estaba de mal humor, así que parece que no está el horno para bollos. Ella piensa que es muy importante saber para quién cocina una, porque para Hilario y Rosa cocinaría un buen guiso casero, sin límites ni miramientos, nada de nouvelle cuisine ni platos cuadrados medio vacíos y aderezados con reducciones al Pedro Ximénez. Ese tipo de platos están bien para Toni y Jaime, tan fashion ellos, tan finos y mirados por lo bonito que quede el plato en la mesa que es mejor invitarlos a cenar fuera. Para Lola y Joan no tiene ni idea qué debe cocinar porque apenas los conoce, salvo el saber que Lola fue novia de Fidel hace un tiempo.
. Vale. Todo está en la encimera y queda un mínimo espacio para maniobrar, lo cual, y teniendo en cuenta que el espacio ya es minúsculo de por sí, deja un margen de movimiento bastante escaso. Abre la ventana de la cocina o sea, la ventana – digamos que no hay otra en toda la casa - ya que no tiene campana extractora ni nada que se le parezca. De ese modo consigue ventilar relativamente ya que si bien sus malos humos van a dar al patio de luces, los de los demás pasan a visitar su cocina. Pero es verano, hace calor, y prefiere que entre el olor a fritanga y los chirridos de los ensayos de su vecino el-Pésimo-Violinista antes que morir ahogada en su pequeña y acogedora caja de cerillas.
. Pone los huevos a hervir: media docena porque serán cuatro personas, con lo que tocan a tres mitades ¿y si son pocos? “Mejor que sobre a que falte”, dice la voz en off de su madre, así que pone a hervir una docena. Mientras tanto va pelando patatas por si en un lance quiere hacerlas con bechamel ¿O será mucho? ¿Casan bien con los huevos rellenos? No lo sabe, pero mientras duda va abriendo una lata de atún, otra de olivas rellenas de anchoa y lo pica todo para mezclarlo luego con la yema cocida del huevo y la mayonesa, también tiene que hacer una mayonesa… sino queda intragable. Lo aplasta todo en un plato y lo pone sobre el microondas, no sin antes quitar de ahí el frutero y ponerlo… dónde, dónde, encima de la nevera, que no molestará. Corta las patatas en rodajas elípticas y piensa en si tendrá harina para hacer bechamel. Duda. Abre la puerta del armario inferior, porque superiores no tiene, y al agacharse se golpea la cabeza con una espumadera que acaba en el suelo y que arrastra a un cuchillo, que cae también, cómo no, de punta y, cómo no, sobre la parte desnuda que luce su pie derecho. Ella calza sandalias, faltaría más. Para cuando encuentra la harina y se endereza, el aceite para freír ha alcanzado una temperatura de más de cien grados - Kelvin, por supuesto -, y aún quedan patatas por cortar, que ni que decir tiene que ya no quedarán elípticas sino con formas de polígonos irregulares variados. Las deja caer en el aceite y chisporrotean histéricas, dedicándole una ovación y alguna que otra salva directa a su brazo, que le hace darse cuenta de que empieza a estar un poco frita. Los huevos danzan, felices con el aplauso de las patatas y mientras tanto ella busca y rebusca los aguacates, que no aparecen por ninguna parte, Dónde estáis, puñeteros, dónde. Y al girarse y escudriñar la cocina tira el saquito de harina que, como era de esperar, no tiene una pinza que lo cierre, ni goma, ni clip, ni ninguna cosa que se nos ocurra que en realidad se creara para cualquier otra utilidad.
. Encima de la nevera. Los aguacates están en el frutero, encima de la nevera, donde ella los puso. Las patatas se están quemando, los huevos saltan, contentos y agrietados, y seguramente si pudieran escoger preferirían que su final hubiera sido batirlos. Batirlos en retirada, pero no: Están cocidos. Recocidos, de hecho.
. Quién me mandaría a mí, piensa ella, con lo fácil que hubiera sido reservar en un restaurante. Pero no, tuvo que complicarse y ponerse a cocinar para cuatro personas: dos de ellas no sabe quiénes serán, de Fidel a veces duda si sabe algo que sea cierto, y de ella misma ya hace tiempo que se fue olvidando.
. Pero no: se complicó la existencia y hasta ha comprado unos moldes para hacer flanes de queso, cada uno de ellos distinto, con las letras que componen el nombre de su marido. Perfecto, cinco letras, por si alguien quiere repetir. Ella piensa que es lo único que tiene preparado y enfriándose en la nevera, mientras el resto se quema, se agrieta, hierve, bulle, abrasa y reduce. Lo importante es el postre, se dice a sí misma, y vuelve a sus quehaceres para intentar rescatar algo del estropicio que está preparando en la cocina.
El salón se ha llenado de humo, que es algo muy común en las cocinas americanas, aunque ella no sabe si se puede llamar así a un reducto que, junto con el salón, suma un total de veinte metros cuadrados.
. Pone los huevos cocidos a enfriar bajo el agua y le da mucha envidia su sesión de buceo. No le va a dar tiempo a ducharse. Le duele el pie derecho. Uno de los aguacates está pasado y tiene color de cemento y textura de puré. La masa para los huevos rellenos, en cambio, tiene textura de cemento y color de algo que ha salido en lugar de tener que entrar. Las patatas, más originales, tienen el color de su vecino el senegalés, y textura de torrezno. La bechamel sin hacer. La mayonesa igual. Las dos se quedan juntas en el limbo de los planes inconclusos, como tantas y tantas cosas… pero eso sí: Cinco flanes en la nevera, con sus originales formas de letra y a los que sólo les falta añadir una capa superior de mermelada de frambuesa.
. - ¿Y si tiro toda esta mierda y pido unas pizzas? – piensa ella, sabiendo que la respuesta es no, porque no, porque estamos en crisis y porque ya ha llenado la casa de humo y hedores varios con lo cual, si lo tira, a Fidel y a sus invitados les va a oler todo a chamusquina. Y aunque no lo tire también. Y si acaba todo en la basura sabrán que intentó hacer la cena y fue un fiasco, así que decide que es mejor que comprueben por sí mismos que efectivamente, así ha sido.
. Abre la nevera y saca los cinco flanes, de dos en dos… La efe con la i, “FI”, la de con la e… “DE”, la ele para el que se quede con hambre… Y justo al posar el último en el medio milímetro cuadrado que queda libre en la encimera de la cocina, llaman a la puerta y, del susto y con la mano tonta da un golpe a uno de los flanes, que sale disparado hacia el sillón. El flan que correspondía a la letra D ahora tiene forma de mitocondria y ya no existe más que como una mancha entre la butaca y la alfombra.
. Ella mira los cuatro flanes restantes, bien colocaditos, y se dirige a abrir la puerta de casa sabiendo, de antemano y sin necesidad de mirarlo, que la mermelada de frambuesa que tiene en la nevera hace ya mucho tiempo que caducó.

2 amiguetes que comentan.:

  1. Elysa dijo...

    Esto... ¿cómo terminó la noche?
    ¿algo salió bien?

  2. Una que yo me sé dijo...

    Todo mal, todo mal. Pero por lo menos ella no se engaña. :)

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