. Hoy se celebra la comida familiar con la que se inaugura la temporada estival de la familia Sánchez Pelayo y todos la esperan con alegría, tras un año de separación en sus respectivas ciudades. Son siete más seis niños, pero ya no cuesta organizarse en esa casa de pueblo aunque haya un sólo lavabo, pocas habitaciones y ausencia de lavavajillas; ya están acostumbrados. La reunión se congrega en el prado, en la lastra circular que abraza al único roble y que - bien apretados - puede acoger a quince comensales sin problema. Nadie suele querer sentarse en el lado opuesto a Santiago porque el roble oculta al comensal de enfrente y perderse sus historias no tiene ninguna gracia, pero en esta ocasión no hay disputas y reina la calma en cuanto su cuñada Lola se sienta la primera a ocupar ese último lugar.
. No se complican, siempre es lo mismo: Varias tortillas de patatas en platos de plástico, ensalada, panceta y costillas que hace Luis en la barbacoa, mientras su hermano Santiago le ayuda y le cuenta su último año en la capital, y los últimos viajes de trabajo en busca de esa foto espectacular que no acaba de encontrar nunca. A Luis le divierte la vida de su hermano pequeño y a ratos se le quema algún trozo de carne, quién sabe si al despistarse envidiando esos capítulos en la vida de Santiago que él nunca tuvo y quizá nunca tendrá. La comida empieza oficialmente cuando Luis llega con la última bandeja de carne y se sirve él el primero cogiendo los trozos más chamuscados. Los niños acosan entonces a preguntas al tío de Madrid sobre el último viaje, esta vez a Camboya, y Santiago les regala explicaciones sobre insectos imposibles, tesoros encontrados en Angkor Wat y enfermedades ficticias que afectan al estómago y que justamente hoy le impiden probar bocado. Su madre le recrimina la falta de apetito casi más que la falta de novia, un año más, y mientras su padre le ignora o quizá se pregunte quién es, quiénes son todos esos, su hermana Marta y su cuñado intentan contar la semana de vacaciones en Oropesa del Mar y los niños, aburridos, ya comienzan a tirarse migas de pan a esas alturas de la reunión.
. A la hora de recoger se organizan bien y ya tienen los puestos asignados desde hace algunos años: Mientras Marta y Juan recogen la mesa y llevan lo no reciclable al fregadero de la cocina, los abuelos se echan la siesta, Luis se va al río y se tumba a descansar mientras vigila el baño de los niños y su mujer y Santiago friegan los platos. Mientras ella enjabona, él aclara, siempre es así.
— ¿Es caro un vuelo a Camboya?
— Ni idea, paga la agencia... Supongo que con previsión y tiempo, no.
— ¿Y es bonito?
— Sí... Aunque hace demasiado calor, y es muy húmedo, vayas en el mes que vayas. Si pillas el monzón está lloviendo todo el día, y si vas en julio o agosto no llueve demasiado, pero da igual: Dos minutos en la calle y ya estás empapado en sudor... ¿No me vas a coger más el teléfono?
— ¿Y son guapas las camboyanas?
— Las niñas sí. Las adolescentes parecen maduras y las maduras parecen ancianas sin dientes. Supongo que será por el agua, por el clima, o será una cuestión genética de su raza, qué sé yo, pero las niñas son muy guapas.
. Marta y Juan entran con los cacharros de la barbacoa y vuelven a salir, no sin antes recodarle a Santiago que la pederastia debe ser delito también en Camboya y que se deje de gaitas, se eche una novia cántabra y se vuelva a la "tierruca". Y cuando ya están en el prado yendo hacia el roble, muertos de risa, Santiago farfulla:
— Eso quisiera yo, pero no me hace caso.
— ¿Qué?
— Que si no va a haber más noches como aquella, te digo.
— ¿Y Luis? Es tu hermano ¿Te acuerdas?. Cuéntame qué tal es la comida ¿Se come bien en Camboya? ¿Cómo son los platos? ¿Y los postres?
— Se come bien y barato... Por dos euros comes muy bien en cualquier parte, y bastante sano, mucha verdura hervida y mucho arroz, por eso no hay obesidad allí, porque comen muy sano. Luis ya era tu marido aquella noche.
— ¿Y es verdad que comen perro? Me dijo la profesora de geografía de Santi que comen perro.
— En general no... eso es más en Vietnam, en Corea, en ciertos sitios de China. Es una raza determinada de perro, por lo visto... Lo que ya no sé es que tipo de perro debo ser yo, Lola, que ya no sé si quieres que deje de llamarte o si no, si vamos a vernos o no, o si sólo me mandas todos esos emails para que te cuente mis puñeteros viajes, no sé qué leches quieres, si ver mundo a través de mí o venir a verlo conmigo, o...
. Marta y Juan entran de nuevo con las ensaladeras vacías, parloteando, y se dirigen a Santiago para decirle que el año que viene debería montar un viaje familiar organizado aprovechando algún destino suyo por trabajo, para que a él le salga gratis, y con las mismas vuelven a salir al prado sin esperar respuesta y contando con ello. Él les mira alejarse y ambos dejan pasar todos los cubiertos sin hablar, ella enjabona y él aclara, como siempre, hasta que la mano de ella se encuentra con la de él al posar un tenedor y él la mira. Ella no.
— Deja de hacerme preguntas sobre Camboya, por dios. Dame una respuesta, para variar.
— ¿Y qué quieres que te diga?
. Lola se encoje de hombros al preguntarle, mientras enjabona la última ensaladera con vigor y firmeza, y no le mira siquiera cuando sale de la cocina. Mientras él se pone el casco y arranca, Lola oye las tripas del motor mezcladas con las voces a lo lejos de Marta y Juan preguntándole a gritos dónde va y, abriendo el grifo, procede a enjuagar el cuenco mientras el zumbido del motor se aleja. Cierra el grifo y frota la ensaladera con un trapo, la posa sobre la bayeta, dobla el trapo en cuatro partes y se seca las manos con el delantal. Roza con el índice de su mano derecha el borde externo de sus ojos mientras sale por la puerta de atrás, que da al cauce, y se aleja siguiendo el río tras las voces de los niños.
. Lola se encoje de hombros al preguntarle, mientras enjabona la última ensaladera con vigor y firmeza, y no le mira siquiera cuando sale de la cocina. Mientras él se pone el casco y arranca, Lola oye las tripas del motor mezcladas con las voces a lo lejos de Marta y Juan preguntándole a gritos dónde va y, abriendo el grifo, procede a enjuagar el cuenco mientras el zumbido del motor se aleja. Cierra el grifo y frota la ensaladera con un trapo, la posa sobre la bayeta, dobla el trapo en cuatro partes y se seca las manos con el delantal. Roza con el índice de su mano derecha el borde externo de sus ojos mientras sale por la puerta de atrás, que da al cauce, y se aleja siguiendo el río tras las voces de los niños.
4 amiguetes que comentan.:
Como no tengo claro si llegó el anterior comentario, repito, creo.
Este "Camboya" podría tener correlato objetivo?
Lo que sí queda claro es la complicada situación de esos dos... es que mira que nos gusta andar con líos.
Elysa
Hay intención de que lo haya, al menos. Si quieres te mando una discusión tremenda que causó el relato vía email entre dos amigos míos y aquí la menda. Por email mejor, que aquí no procede! :)
Besos.
Vale!
Hola, antes de irme a dormir te he agregao y medio leído, pero ya te cuento mas despacito, bandarra!!!
B7s
L;)
P.D.: actualiza ya!!!!
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