20110822

66 por ciento (Relatos de ayer y de ayer I)

with 8 amiguetes que comentan.
Llevo un cuarto de hora aquí mirando y no hay manera, el agua no hierve. Ya lo había observado alguna vez, es cierto, como todo el mundo en algún momento, supongo: mientras te quedas mirando idiotizada la olla, esperando ansiosa a que hierva para poder echar el contenido de cualquier sobre preparado de esos para alimentar a todos los solteros del mundo con un solo plato en quince minutos, el agua no se digna a entrar en ebullición.
Es cierto que cuando uno espera con ansia a que algo ocurra el tiempo se hace eterno. De todos modos yo soy muy dada a hacer experimentos empíricos de lo más idiotas, eso sí lo reconozco, como por ejemplo comprobar que las naranjas siempre tienen ocho gajos y las mandarinas en cambio varían, son mutantes. Las naranjas, más clásicas ellas, se han asentado en su genética y nos aportan vitamina C en ocho dosis. Las mandarinas, en cambio, nos sorprenden con nueve, once, ocho gajos y no aceptan las leyes que rigen a sus antecesoras. Pero me voy por las ramas. Y me voy por las ramas porque sigo mirando el fondo de la cacerola, con el aceite mal mezclado en el agua y millones de burbujitas que no se deciden a bailar porque las estoy mirando. Les debe dar vergüenza.
He decidido que voy a jugar un poco al despiste, así que cojo una cuchara de madera que me da un poco de grima, aunque esté limpia. La observo en mi mano mientras sigo pendiente del agua y pienso que la madera es porosa y que el hecho de que sirva para darle vueltas a sustancias llenas de emulgentes, emulsionantes y fórmulas químicas supone que aunque la friegue siempre quedarán restos. Con el despiste veo de refilón que una minúscula burbuja de agua pegada al fondo de la olla temblequea frenéticamente y parece dispuesta y apunto para ascender a la superficie haciendo eses. La miro. Me mira. Y se vuelve a quedar quieta.
¿Será posible? Pues si ya estaba yo interesada en descubrir cómo es posible que uno nunca consiga ver el momento exacto en que el agua entra en ebullición ahora ya es algo personal: Yo de aquí no me muevo. Me quedo y miro el agua sin pestañear apenas e incluso desenfoco la vista para observar  la superficie brillante que me hace guiños pero no se decide. Ahora me da por pensar que en algún sitio leí que las personas somos agua en un tanto por ciento muy elevado, así que supongo que el agua de mi casa, en concreto, conformaría a una persona un pelín mosca cojonera como por ejemplo yo, ya que nos ponemos, que de hecho soy quien bebe de éste grifo, cocina con éste agua y se ducha aquí. Bueno, pues a ver quién gana, yo no tengo prisa.
Y nada, que no. ¿No dicen que el agua hierve a los veinte minutos? Será la de otros, o será que Isabel II era una cachonda de cuidado, porque vamos… Yo entiendo que en Lavapiés tiene que ser más dura también el agua, pero es que ya me estoy cansando de estar aquí de pie. Creo que voy a jugar al despiste de nuevo, pero con una estrategia más elaborada que la anterior: voy a dar dos pasos hacia la derecha, de lado, sin dejar de mirar los fogones, voy a abrir el armario alto y coger un vaso, voy a abrir el grifo y llenarlo de agua, como quien no quiere la cosa... y a ver si se decide a hervir pensando que estoy a otro tema.
Nada, que no hay forma. Me ha pillado el truco la muy bribona. He cogido el vaso, he abierto el grifo, he silbado incluso mientras dejaba correr el agua hasta que estuviera bien fría, he bebido enfocando mi barbilla hacia la campana extractora mientras miraba de reojo  la olla, pero nada. Y ya ni sé el tiempo que llevo aquí.
Perfecto, y ahora llaman al interfono. Pues yo no voy, no, no, que sólo falta que después de tanta paciencia dedicada a este estudio tan estúpido, todo se vaya al garete porque llame un plasta de correo comercial.
Y venga y dale, qué timbrazos, ¿a ver si pasa algo grave? Voy a tener que ir a ver. La gente qué oportuna es. ¡Y ahora suena el móvil a la vez! Ha pasado algo terrible, seguro, voy a ver.
Voy hacia el interfono con el vaso de agua a medio beber, y justo al darme la vuelta oigo el blup blup de la olla que empieza a bullir y no me giro, pero sí pienso que aplazo obligada mi estudio y lo retomaré a una hora intempestiva en la que el mundo esté durmiendo y no pueda interrumpirme. Cojo el interfono de mala baba y con la mano izquierda porque sigo llevando en la derecha el vaso de agua. Atiendo y oigo: «Ana ¿estás ahí? Ábreme, por favor, tengo un problema tremendo, unos niños me acaban de tirar del bolso y… Ana ¿Te estás riendo?»

No me estoy riendo, no, esto ya no tiene ninguna gracia: Esa risa ha salido de mi vaso.

8 amiguetes que comentan.:

  1. Sergio DS dijo...

    Valenciano que soy y ni idea de los gajos que tiene una naranja. No es época para comprobarlo, así que me tomaré mi té de rigor, con agua recién hervida.
    :)

  2. Javier Ximens dijo...

    Muy bueno, María. Fantástico, final tenebroso. Lo has llevado muy bien, me has tensionado y a partir de ahora agua embotellada.

  3. ernesto ortega dijo...

    Me encanta. Ya pensaba yo que te habías olvidado de encender el fuego.
    Y muy bueno lo de los gajos, nunc ase me había ocurrido.

  4. Una que yo me sé dijo...

    Es un relato recuperado que tiene 3 o 4 años. Me estoy encontrando cada cosa... XD

  5. Elysa dijo...

    Qué final, María. Mira yo no me lo esperaba, todo el rato imaginando la escena y pensando si no se había olvidado de encender el fuego, jajaja, y no, nada de eso.

    Besitos

  6. Pedro Sánchez Negreira dijo...

    ¡Que buena eres, cabrona! ¡Que bien escribes!

    Sigue recuperando y mostrándonos todo lo que escondes. :p

    Petons.

  7. Raquel dijo...

    Muy bueno, María. Comenzó a leermelo Pedro, y me partí de risa... Así que aquí estoy, quería ver cómo terminaba. No defrauda. Un beso.

  8. Una que yo me sé dijo...

    Gracias por vuestra benevolencia, muyayos. Tengo unos cuantos "relatos-tontuna" de antaño, de esos que escribes y guardas pensando en retomarlos algún día (¡Ja!) y hacer algo digno con ellos. Pero eso de retomar no es lo mío, está claro.

De todo un poco:

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