Éste título no es correcto, porque no la evité: la vi. Suelo ir a ver las películas de Almodóvar por costumbre, aunque unas veces me convence y otras nada. A mí me da la sensación de que el hombre se nos ha relajado, o quizá se ha empeñado en buscar guiones tremendos, y yo creo que haciendo eso (en lugar de los guiones tontunos de los inicios) se desparrama y se le va de las manos.
Dicho esto, "La piel que habito" es entretenida y cumple con casi todos los clichés almodovarianos. Pero creo que no pretendía hacer una película entretenida y sin pretensiones, más bien creo que pretendía hacer un Frankestein moderno agarrándose a la cirugía plástica, y a mi modo de ver le ha salido una historia que cojea tanto en los detalles que resulta bastante inverosímil.
No cuento nada más por no desvelar, pero antes de dejarlo estar he de añadir que esa técnica de marketing de "Vayan a verla rápido o les contarán algo que les estropeará la película", no es tal. En mi caso, no es sólo que se vea venir, que es lo de menos, sino que cuando ese hecho supuestamente sorprendente sucede, lo que despierta es una aceptación suave y chorra por parte del espectador. Suave porque se ve venir y chorra porque si te has decidido a creerte todo lo anterior para tener la fiesta en paz, no te costará esfuerzo ni te causará sorpresa aceptar esto.
En fin, que no. Lo que más me ha gustado son aquellas escenas de relleno (tan almodovarianas) que no van a ninguna parte. Por ejemplo: la aparición de su hermano Agustín, que me hizo reír bastante. Sé que de ésta película, dentro de un año, sólo recordaré lo siguiente:
- La aparición de Agustín Almodovar.
- Lo guapa que es Elena Anaya.
- La pared del cuarto del personaje de E. Anaya.
- Las canciones de Concha Buika.
Apañados estamos, pues.